Razas que intervinieron en su formación
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El Dogo Argentino
Montería
con Dogos Argentinos
Por estimar que toda acción de este tipo de cacería recae
en el dogo argentino, convenientemente adiestrado, consideramos lógico
que su nombre predomine en primer término en estas notas que pretenden
"pintarlo" en toda su dimensión de héroe de jornadas
venatorias. Es justicia también, propender a que se lo conozca
en su verdadera capacidad funcional, como una manera-tal vez la mejor-de
agradecerle los emocionantes momentos que nos ha hecho vivir y nos hará
disfrutar aún, seguramente.
Insistir sobre las bondades cinegéticas de esta raza, es, casi
siempre, pintar las características fundamentales que tipifican
los caracteres propios del dogo argentino, en el ejercicio natural de
la acción para la que ha sido creado.
La materia prima lograda a merced de los hermanos Nores Martínez
es, sin lugar a dudas, un elemento mas que satisfactorio para la caza
de montería y estamos seguros que de haber existido el dogo, en
las épocas de los señores feudales, éstos hubiesen
gozado del espectáculo de su tremenda capacidad y lo hubiesen elegido
en "campeón" de sus jaurías. Su valentía,
su vigor, su resistencia, su tremenda prendida de mandíbula, todo
lo que se conjuga, a maravillas, con una natural mansedumbre hacia el
amo, habría hecho que estos caballeros-tan afectos a dejar constancia
escrita de hechos relevantes-llenaran páginas con sus asombrosos
relatos.
Pero el destino quiso que el dogo fuese perro de nuestras épocas
y a nosotros, pues, nos toca dejar la palabra impresa para que los futuros
cazadores lo conozcan tal cual es.
Ya al nacer, el dogo se presenta exhibiendo las virtudes que lo definen
como neto perro de caza. a los treinta días de edad muestra las
condiciones propias de su espíritu combativo y muchas veces es
posible contemplar que la cachorrada-torpe aún en sus movimientos-pelea
entre sí, en interminables encuentros sin aflojar la mordida.
El criador debe saber que estas características hacen que los adiestramientos
se faciliten en gran parte, ya que el animal se encuentra definido desde
el primer momento, en los fundamentos de la raza y sólo con un
mínimo de atención fijará en su mente todo lo que
se pretenda inculcarle, sin que ninguna eventualidad se lo pueda hacer
olvidar.
El Dr. Agustín Nores Martínez, conocedor profundo de todo
esto, insiste, no obstante, en el ejercicio funcional, procurando, por
sobre todas las cosas, que no se pierdan con el transcurrir del tiempo,
las condiciones básicas del carácter de la raza, acrecentándolas
por medio de la práctica, en cuanto ello sea posible.
La realización del adiestramiento utilizando adversarios de natural
condición salvaje requiere de quien lo encara, una dedicación
extraordinaria, dado que se debe ser repetido periódicamente. Lógico
es, entonces, que se apele repetidamente , al elemento base: puma o jabalí,
que deberá aparecer rodeado de la necesaria ferocidad.
Esto no resulta simple pues no existe mercado donde recurrir para reponer
las pérdidas. El interesado debe lograr cubrirse en forma personal
o ayudado por sus dogos. Los cahorros de mas de cinco meses pueden ser
iniciados en este peligroso arte de tomar contacto con sus adversarios
naturales, a través de pequeñas escaramuzas. Para estos
casos se utilizan jabalíes preferiblemente medianos, posibilitando
una lucha donde el dogo pueda terminar imponiendo sus fuerzas, aún
en gestación.
El cachorro, pulido de esta manera en su espíritu de lucha, ya
a los ocho meses de vida será capaz de prender cualquier jabalí,
con total desprecio de su propia vida.
A pesar de esto, al decidirse la salida del animal al campo, ya finalizado
su adiestramiento, deberá procurarse que haya superado el año
de vida. Si esa salida se hiciese en compañía de dogos experimentados,
la edad puede ser menor, aunque no es lo mas recomendable.
El dogo parará un jabalí aún sin haberlo visto nunca,
por propio instinto natural. Pero quienes amamos la caza de montería,
gustamos la efectividad combinada de una jauría que actúa
prendiendo a su presa por zonas, tratando de que la mayor ventaja esté
siempre de parte de los dogos, al evitar la lucha desordenada.
Largas marchas periódicas o breves caminatas diarias, ayudan a
fortalecer los puntos de apoyo del animal en tierra, cosa muy necesaria
ya que en zonas calurosas o de pedreros, el dogo sufre visiblemente, en
caso de no encontrarse perfectamente preparado. Considerando que la jauría
debe recorrer
Al final del día muchos kilómetros en el rastro de la presa,
soportando todo el peso de su cuerpo en las callosidades de sus patas,
éstas necesitan del fortalecimiento que les brindan los ejercicios
previos, imponibles de realizar en el propio escenario de la acción,
donde lo único que se logrará será de echar a perder
la cacería.
Lo ideal resulta disponer de dos buenas jaurías, alternando el
trabajo de las mismas, de acuerdo a las exigencias de la zona y del clima.
Si bien el dogo argentino, por su naturaleza resulta indiferente al dolor
de las crueles marchas exigidas en la búsqueda de las presas, ningún
cazador de montería debe abusar de esta virtud, ni de su increíble
resistencia.
La jauría de dogo, perfectamente ejercitada irá al frente
de la cabalgadura, atenta en olfato y oído, a la menor emanación
o ruido que delátela presencia de la fiera buscada. Su andar ágil
y constante, no debe estar impedido por molestias de ninguna clase, que
pueda distraer sus sentidos de la función específica. El
campo es barrido prácticamente, cuando la jauría se despliega
en condiciones físicas normales, resultando imposible que nada
viviente pase sin ser visto.
El accionar resulta muy distinto cuando la jauría está agotada.
Comienza esperando a los jineteso, lo que es peor, caminado a su zaga.
Sólo impelidos por las órdenes de ataque, los perros volverán
nuevamente al frente por breves instantes, los suficientes para convencerse
que no existen presas, para regresar de inmediato al fondo. Cuando esto
se repite, lo mejor es volver a casa.
El cazador de montería, no usa otra arma que el cuchillo, que la
mas de las veces sólo sirve para cortar un buen churrasco o, de
lo contrario, la pequeña piola con que se amarra a las presas vivas,
acomodando su traslado.
Los perros constituyen la única arma valedera y deben ser cuidados
con el mismo celo que el escopetero pone en su arma. El convencimiento
de que su mejor estado brindará los resultados deseados, es el
que debe prevalecer permanentemente.
No se debe olvidar, cuando se sale de cacería, que el jabalí
será hallado en su encame, descansando, atento a los menores sonidos
del medio ambiente, ya que en la noche ha cumplido su faena alimenticia.
Luego de ella, ha buscado guarida segura, preferiblemente tupida y espinosa,
la que sin duda, le ofrecerá ventajas ciertas en un posible combate.
Esto significa un elemento más, en contra de los dogos. La maraña
dificultará su accionar ocasionándole cortes y heridas dolorosas.
Existiendo la posibilidad, se procura llegar en las mejores condiciones
posibles al lugar, considerando que aunque la fiera cuente con posibilidades
de huida, ofrecerá dura lucha, especialmente si se trata de machos
grandes y experimentados, para retirarse, aprovechando la confusión,
apenas puede lograr una vía de escape.
Contra esa resistencia se interpone el dogo. Donde la presa no ofrezca
puntos vulnerables, aparecerá su maravillosos instinto de sujeción,
soportando estoicamente a la bestia atrapada, tremendamente vitalizada
en su ira, realizando centellantes giros, tras cada uno de los cuales,
los segundos podrán medirse en probabilidades de muerte. En ese
cuadro tan aterrador como peligroso, vence el desprecio del dogo por su
vida, su agarre, inconmovible, su tremenda resistencia, su indiferencia
al dolor y su valor sin límites. Todo como una cosa natural de
la raza, cumpliendo sencillamente, con una función inherente a
su vida misma.
En esos momentos es cuando aparecen las bondades de la ejercitación
previa del animal en tan duro trabajo, ya que resulta importante salvaguardar
su integridad. Nunca debe olvidar el montero que siendo importante la
presa a lograr, mucho mas lo es el elemento que posibilita su caza, es
decir, el dogo.
El jabalí adulto o el chancho salvaje, no poseen partes vitales
por las que pueda producirse su muerte ante la arremetida del dogo, de
manera que el trabajo a realizar será, en todos los casos, de exclusiva
sujeción, tratando de agotar la resistencia de la bestia, soportando
a la vez, el castigo que ésta le inflija, sin soltar ni aflojar
un ápice la mordida. De no hacerlo, perecerá irremediablemente
ante las tremendas dentelladas del chancho.
Quienes vivimos al conjuro de estas acciones, buscando la perfección
de su desarrollo, estudiando con espíritu de observación
el comportamiento de los dogos, recogemos el convencimiento total y definitivo
de su capacidad para esta lucha, en la que evidentemente, no tiene parangón
alguno, se trate de la raza que sea.
Nuestras anteriores experiencias realizadas con boxer o daneses a los
que quisimos adaptar a este tipo de caza de montería, nos brindaron
sólo resultados parciales. Las luchas finalizaban generalmente,
en una verdadera carnicería, detenida las mas de las veces a punta
de arma.
Ello, pesar deque generalmente las experiencias eran realizadas con jabalíes
pequeños ya que hubiese sido inútil animarse a los grandes.
Estos jamás hubieran podido ser detenidos ya que ninguno de los
perros se encontraba capacitado para mantenerlo prendido hasta el momento
de nuestra llegada.
El espíritu deportivo de la caza de montería se transformó
realmente, con la aparición de los dogos, con las tremendas posibilidades
que abrió, encaminándonos hacia una actividad venatoria
distinta, con total prescindencia del arma de fuego y la reducción
del número de animales de la jauría a una cifra ideal para
su perfecto control y manejo.
Una jauría formada por cuatro dogos es suficientemente poderosa
como para detener al jabalí de mayor tamaño que exista.
Mas aún, conveniente ejercitada, para lograr la presa viva, brinda
emociones que el cazador común no podrá imaginar hasta el
momento preciso en que viva, personalmente la cacería.
El dogo es obediente para asimilar su entrenamiento. Basta unas pocas
series de clases para lograr la prendida por zonas de la presa, permitiendo
que la acción gane en rapidez y efectividad de conjunto.
Por natural disposición, el dogo prende de oreja y se mantendrá
firme, mientras cuente con un hálito de vida en el pecho. Aprovechando
esa aptitud, debe disponerse que dos ejemplares de mayor energía
sean los que se encarguen de esa función, tratando de inmovilizar
la parte mas peligrosa y efectiva de la fiera, su boca. El perro siempre
tirará en sentido opuesto al de la presa, en un ángulo de
noventa grados, haciendo que la acción de la dentellada se pierda
en el vacío.
Otros dos dogos deben ser enseñados a prender los cuartos, de manera
tal que imposibiliten el retroceso del chancho, pues de lo contrario,
juntaría frente a sus colmillos a los dogos delanteros, con las
trágicas consecuencias previsibles. En el mejor de los casos, los
dogos saldrían tan heridos que prácticamente resultarían
inservibles por largos meses.
El jabalí, al sentirse tocado en su parte trasera, buscará
sentarse, convencido de la inutilidad de sus esfuerzos por zafarse. Aunque
jamás se entregará, puede decirse que los dogos tienen,
cuando eso ocurre, prácticamente ganada la batalla, pues ya no
aflojarán más y la fiera aparecerá totalmente inmovilizada.
Resta solo amarrarle la mandíbula y las patas para luego, acomodarla
en el vehículo procediendo a su inmediato traslado, procurando
evitarle el shock nervioso que puede sobrevenir luego de retirados los
perros.
Cuando se tarta de jabalíes de gran alzada y buenos colmillos,
la acción se complica por distintos motivos. Estos ejemplares-generalmente
viejos-han subsistido por varias causas: su capacidad de combate; su experiencia
en luchas con perros; su viveza para elegir lugares resguardados, en donde
mejor pueda actuar, cubriéndose. No se puede, entonces, pretender
salir bien librados cuando se los enfrenta. Los cortes serán normales
y la pela tremenda en su desarrollo.
Rindamos aquí homenaje a la valentía de los dogos, especialmente
a los "orejeros", ya que son los sacrificados que comienzan
el ataque y que, en tanto llegan los otros perros, reciben toda la furia
de la bestia, infalible en la dentellada.
El Dogo Argentino, topa con estos jabalíes en evidente desventaja.
Los chanchos de este tipo, tienen casi siempre en su haber, la experiencia
de luchas con jaurías numerosas, a las cuales han diezmado, especialmente las formadas por perros cuya función no era precisamente esa.
La tremenda sorpresa del jabalí, cuando se ve acosado por dogos
de accionar tan distinto al de otros perros, termina transformándose
en una furia asesina que, de no mediar el trabajo organizado de los perros
con prendidas casi al unísono, dejarán un saldo lamentables
de muertes.
Es indudable que estos ejemplares son escasos, dificultándose su
encuentro, debido a su gran conocimiento del peligro. Su tamaño
es la muestra cabal de las complicaciones superadas, aquilatadas en conocimientos
que lo ponen a cubierto del cazador poco práctico.
El Dogo Argentino, es el único perro en condiciones funcionales
capaz de controlar a este vigoroso rey del monte; es mas, será
el único capaz de prenderlo lealmente, y así salvar su propia
vida; será capaz también de pararlo en una huida, y entrar
en su silenciosa madriguera para delatarlo y vencerlo.
Y todavía, regala al cazador la posibilidad normal, de la captura
viva, doblemente satisfactoria, pues se podrá mantener en la mano
la ferocidad en acción, prolongando con su presencia viva el mérito
de lo logrado.
La caza del jabalí, ha tomado auge en nuestro país, que
dispone sin duda, del mejor elemento para jauría, en relación
con el resto del mundo: el Dogo Argentino.
Para el deportista nato, para aquel que superó su época
de matarife, tan común en nuestros campos, se ofrece la práctica
de un señorial deporte al alcance de la generosidad de los cazadores,
pues se cuenta siempre con el apoyo de nuestros clásicos y hospitalarios
hombres de campo, que salva con su concurso los problemas mas difíciles
de solucionar: cabalgaduras y baqueanos.
Pero en la caza de montería, debe intervenir además, el
tremendo cariño por todo lo nuestro, buscando siempre que el éxito
sea el resultado de una serie de conocimientos, aquilatados en fracasos
y reforzados en dedicación, para el principal actor de la cacería:
el Dogo Argentino, que ofrecerá su vida sin pedir mas retribución
que el cariño del amo.
por Amadeo
Biló