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El Dogo Argentino


Una opinión sobre la Caza

 

"Cazar es un arte de rescatar un animal de un paisaje para guardarlo en nuestros recuerdos".
Si nos atenemos a esta distinción, es evidente que la anécdota que merezca pertenecer al historial de un cazador es aquella en la cual tanto él como su contendiente han debido arriesgar al máximo de sus posibilidades para triunfar.

La Montería tal como se practica en el país con ayuda del Dogo Argentino, la búsqueda del jabalí en su natural elemento, es la más noble y caballeresca forma de cazar estos animales, pues en ella el hombre debe desplegar tanto, su astucia como su coraje, su resistencia como su intuición para lograr su objetivo y cualquier indecisión, cobardía o falta de velocidad para llegar en ayuda de sus dogos puede representar la pérdida de algunos de sus perros, lo que hará mucho más peligroso el remate de la pieza. En Argentina existe un verdadero maestro en este arte, su nombre es Amadeo Biló y su prestigio en el exterior supera con creces al que tiene en el país.

Cazar con él es una fascinante forma de internarse en el interior de uno mismo, pues Biló convierte el acto de cazar en un verdadero torneo en donde tomamos conciencia de nuestra fortaleza, de nuestra debilidad, de nuestro valor, de nuestro miedo, de nuestra capacidad de reacción ante el peligro, de nuestro instinto y de todas aquellas cualidades que convierten a la caza mayor en esa escuela de hombría con que Ortega y Gasset la definió en su conocido trabajo sobre el tema.

Amadeo Biló configura un hombre un poco irreal. Tiene algo del temeroso James Bond con mejor estado físico y una argentina manera de mirar y de sentir. Su amor por los animales es el del hombre de campo, porque él los mide con la vara con que se mide a sí mismo, o sea que él es de los que considera que un toro prefiere morir peleando contra el Cordobés que en manos de un carnicero.

Cada uno de los dogos argentinos que Biló utiliza para cazar es el producto de dos años de entrenamiento, dos años de dedicación, de amor y sacrificio, dos años de inversión de tiempo y de dinero que a veces se pierden en unos segundos en los colmillazos del jabalí.
Llama la atención que los detractores de esta forma de cacería fundamenten su crítica en la crueldad que la lucha representa para el jabalí y los dogos. Curiosamente, a estos mismos detractores no les preocupa cazar una liebre con galgos o un zorro con perros, como si por el hecho de ser más pequeño su tamaño fuese menor su sufrimiento.

Se lo ha acusado muy a menudo a Amadeo Biló de salvajismo y creo que este cargo no es del todo infundado. Hay un maravilloso salvajismo en su desesperado galopar tras el rastro cuando los dogos han levantado la pieza y las ramas del monte y del malaspina lo azotan como si quisieran detenerlo en su enloquecida carrera. Las espinas destrozan su ropa y arañan su cara, sus piernas, sus brazos y los flancos y el pecho de su caballo. Como una exhalación cae en el lugar de la lucha donde los dogos pelean con el jabalí. Una nube de polvo rodea generalmente el lugar y la sangre sobre el pelaje blanco de sus perros parece la roja insignia del coraje de los primitivos guerreros del desierto.

En medio de la confusión se lo ve a Biló atacar con boleadoras o con cuchillo, o a veces sin más armas que un pedazo de soga mientras los peligrosos colmillos del jabalí tratan de alcanzar sus piernas o sus brazos gruñendo ferozmente, girando sobre sí mismo derribando o arrastrando los dogos, concentrando su arremetida en el punto más débil del enemigo. Un solo dogo que flaquee puede dar vuelta el resultado de la lucha, pero los perros bien entrenados generalmente no ceden terreno, salvo en caso de muerte o heridas muy graves.
La desesperación de Biló por proteger a sus perros y la de éstos por proteger a Biló es un cuadro difícil de olvidar, tanto ellos como él parecen trabajar al jabalí con la eficacia de un buen organizado equipo. Si el jabalí logra desprenderse de un perro los esfuerzos de todos se multiplican para subsanar esa brecha o proteger al herido o rescatar al que en los azares de la lucha ha quedado en posición peligrosa.

Poco a poco el jabalí es doblegado y muerto o prisionero y quedará extendido sobre el campo. Desde este momento todo es alegría. Los dogos excitados se acercan a Biló disputándose las caricias, dejándose curar las heridas, moviendo sus colas, jadeantes y felices.
Con la pieza cruzada sobre un caballo el regreso es lento y descansado, los perros trotan sobre el desierto levantando cada tanto los alegres hocicos hacia la cabeza inmóvil del jabalí. El arreador de Biló juguetea a su costado volteando cada tanto la fruta del duraznillo u hostigando simplemente el aire quieto de la tarde. Mientras tanto en la ciudad otras personas hablan y discuten o aventuran teorías sobre la caza del jabalí, pero lo cierto es que el más temible depredador del desierto está muerto o prisionero, y que las armas que se han utilizado para lograrlo no han sido otras que el coraje, la astucia, la destreza y el hidalgo concepto de que morir en la lucha es continuar viviendo en el recuerdo.

por Dalmiro Saenz - Art. de la Revista Camping